Inculcando aficiones.

 ¿A quién no le gusta compartir aficiones con su gente cercana? Cuando hablamos de nuestros hijos soñamos con que les gusten las mismas cosas, o muy parecidas, que a nosotros para poder compartir muchos momentos juntos y poder enseñarles y/o guiarles en ese camino de aprendizaje.

 En mi caso, siendo un friki sin remedio, me gustaría que mi Pequeño Cavernícola heredara mis aficiones más frikis (valga la redundancia) como los juegos de mesa, los comics o los videojuegos. Sólo con imaginarme una tarde jugando con mi hijo (y con quien se apunte) a algún juego de mesa o juego de rol me vengo arriba. Poder enseñarle a jugar a cualquiera de mis casi 100 juegos y divertirnos juntos en una tarde de otoño (o la que haga falta), llevarle a mi club a jugar y que se junte con la quinta jugona de los peques que han nacido de seguido.

 No tengo consola pero cuando sea más mayor sí que me gustaría tenerla y echarme unas partidas con él, un Fifa de turno o un NBA 2k, algún juego de carreras o lo que haga falta, habrán evolucionado los videojuegos. Crear una partida online y crear cosas, o destruirlas. Ver películas de superheroes o de guerra durante todo un finde, o de animación, o de acción, o de lo que se tercie, enseñarle buen cine de ese que será de carcas. Leer cientos de cómics y enseñarle quien y como es cada personaje de Marvel (y unos pocos de DC), su historia, su evolción, imaginar y elegir que superpoder nos gustaría tener...

 Ir al campo y explorar cual elfo los bosques, correr por las praderas a lomos de nuestro caballo imaginario y flipárnoslo en los castillos que visitemos, disparando flechas imaginarias en nuestros arcos mágicos. Contar historias de orcos, de uruk-hais, de dragones, volar y dejar volar la imaginación... Montar figuritas de merchandising friki, sacarlas de su embalaje y toquetearlas y montar un buen Gundam, y al cabo de un año cambiarle las piezas y posturas y así cada año.

 Ver series como si no hubiera un mañana, devorar capítulos, conocer personajes, openings, endings, cantarlos de camino al colegio o mientras montamos en bici, que esa es otra, que le guste el deporte y poder jugar al baloncesto o al fútbol, salir con la bici por el campo y que me pegue una soberana paliza o que se siente orgulloso de su viejo al no poder con su ritmo. Enseñarle ciento y una mil canciones, no limitarle a enseñarle un estilo musical sino animarle a explorar y elegir lo que le gusta y adaptarme a sus gustos. Si puede ser que intente crear algo de música, que se haga un grupillo o lo haga por su cuenta y si llega a subirse a un escenario mucho mejor porque ese momento no se olvida en la vida, allí estará su viejo en la barra sonriendo orgulloso.

 Viajar, leer libros, debatir, disfrutar de un paseo en familia, de una buena comida y una buena sobremesa, los animales, la fotografía...

 Tantas cosas que no se como inculcarle las aficiones, probablemente salga natural, al verme hacer tantas cosas a mi, pero también puede ser que piense que son cosas del carca de su padre. Porque creo que inculcar aficiones no es fácil, por muy temprano que empieces, y aunque le vayan gustando durante su crecimiento, hay una edad a la que cualquiera de estas aficiones debe sobrevivir, aún sufriendo un parón, y es que la adolescencia y juventud es muy mala y rebelde. Bueno, al menos tengo mi propia experiencia, en la que dejé un montón de cosas y pasados los años las retomé.